Pocas veces vi a mi abuela preocupada.
De hecho, solo recuerdo con claridad dos ocasiones.
En una de ellas, me contó que estaba soñando
exclusivamente con muertos.
No sé si eso
es bueno o malo, me dijo.
Sus sueños eran pacíficos y en ellos nos ocurría
nada malo, pero le inquietaba que todos aquellos con los que soñaba estuvieran
muertos.
Entonces, mientras me contaba, caí en cuenta que la
mayoría de las personas eran hermanas, amigas de infancia y otras personas que
habían sido muy cercanas... hace mucho tiempo.
Y claro, mi abuela ya iba entonces para los noventa
años y de cierta forma era normal que aquellos con los que soñaba ya hubiesen
muerto.
No le compartí mi razonamiento, pero tengo la sensación que comprendió
después.
De hecho, en el verano siguiente hubo una conversación en que
indirectamente volvió al tema.
Ya no tengo vivos de los cuales
preocuparme, dijo en esa oportunidad.
No los pienso, no los sueño… tal
vez sea bueno saber que están bien y no me necesitan.
Ese mismo verano –el último en que la vi, por cierto-, me contó sobre
su segunda preocupación.
Me lo contó luego de comentarle que había ido al río, y que había
estado un buen rato mirando los botes.
Nunca pude superar mi angustia al
ver los botes a remo, me dijo.
No entiendo que cuando las
personas reman avancen para atrás.
Siempre que los veo siento que
algo no funciona bien y se me aprieta el pecho.
Desde pequeña hasta ahora, me
dijo.
El pecho se me pone igual desde
hace como cien años, incluso cuando los recuerdo.
Luego de eso volvió a sonreír y a ser como lo era siempre.
Murió ese mismo año, mientras dormía.
En paz.
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