I.
Veo una noticia sobre hombre finlandés que siempre
que arroja un dado le sale el tres. Es tan absurdo que no resulta creíble, pero
veo la noticia de igual forma. Al parecer se hizo conocido en redes sociales, y
solo después de varios meses algunos medios europeos intentaron comprobar su
historia que, sorpresivamente, habría resultado ser cierta. Se muestran
entonces un gran número de videos y hasta aparece un matemático indicando las
probabilidades de sus lanzamientos, para luego cuestionar la decisión de un
casino de no dejarlo apostar ni ingresar en sus salas. Finalmente, se explica en
la noticia que, si alguien arroja un dado y este choca en aquel hombre, al caer
también sale, asombrosamente, el número tres. No hay explicación alguna, por
supuesto, sobre este asunto. Así termina la noticia.
II.
Sin creer aún en la noticia la comento con mi hijo
y comenzamos a buscar en internet. Encontramos esa misma información y una
serie de videos del hombre lanzando dados en diversos programas a los que fue
invitado, sin que variase el resultado en ninguna oportunidad. Y claro, más
allá de algunos comentarios, no encontramos prueba alguna de que aquello fuese
falso. Incluso, encontramos información sobre una anciana egipcia a quien le
ocurre lo mismo, solo que le sale el uno; y sobre unos hermanos turcos, que
obtienen siempre el dos y el cuatro, sin variación alguna.
III.
Más allá de la información que encontramos con mi
hijo, seguimos creyendo que aquello que encontramos es mentira. De hecho, no sé
en realidad para qué buscamos. Después de todo, no creo que hubiésemos podido
encontrar nada que cambiase nuestra opinión. Y es que se trata de cosas que no
se pueden aceptar, simplemente. No sé si eso es bueno o es malo, pero sé que
sin duda da forma a nuestra vida. O a los bordes dentro de los cuales se
desarrolla nuestra vida. Por lo mismo, cambiamos entonces el tema de
conversación, con mi hijo. Finalmente, cada uno por su lado, nos fuimos a
acostar.
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