Un tailandés que llegó a la zona les enseñó cómo
entrenarlos. Principalmente para combatir -aunque para esto no necesitaban
enseñarles mucho realmente-, sino para seguir ciertas rutas, voltear en el
suelo y acarrear cosas.
Yo sabía que en China los hacían combatir, pero desconocía
que pudiesen también realizar tareas específicas. Por lo mismo, me sorprendió
bastante cuando me fueron mostrando lo que los grillos habían aprendido y
estuve horas mirándolos sin poder creerlo todavía.
Cuando ya aprenden todo, cambian su conducta,
me dijeron. Tal vez sea por la edad, pero lo cierto es que dejan poco a poco
de obedecer, no se muestran agresivos entre ellos y pasan todo el día -la noche
en realidad, porque en el día poco hacen-, poniendo cosas sobre otras.
Para que les creyera esto último me terminaron
regalando un par de grillos. Ambos ya estaban en esa etapa, me dijeron y podían
incluso en el mismo espacio, sin pelearse en lo más mínimo.
Para saber si era cierto, ya en casa, les dejé
muchas cosas de pequeño tamaño en un espacio que les asigné. A la mañana
siguiente, los encontré a ambos al lado de una torre de cosas puestas unas
sobre otras. Una torre para cada grillo, aclaro. La altura de cada una de ellas
era lo suficientemente alta como para pensar que uno solo de ellos hubiese
llegado hasta la cima, así que inferí que se habían ayudado montándose el uno
en el otro para que las torres alcanzaran esa altura.
Tras grabarlos con una cámara de seguridad las
noches siguientes (luego de desarmar sus torres) comprobé que era cierto. También
observé que las torres que creaban siempre quedaban ligeramente inclinadas,
justamente hacia el lado en que se quedaban luego cada uno de los grillos.
Pasaron así los días y cuando ya había perdido un
poco el interés encontré a uno de ellos bajo las cosas que había apilado.
Probablemente la torre hubiese caído sobre él, pensé, aunque fue extraño que,
tras quitar las cosas que lo cubrían, el grillo estuviese muerto bajo ellas,
pues sin duda eran cosas muy livianas y no podrían haberle provocado la muerte.
Tal vez murió, simplemente, me dije, y el otro
grillo lo cubrió de cosas.
Sin embargo, una semana después más o menos, ocurrió
lo mismo con el otro grillo. La torre que estaba a su lado había caído sobre él
y lo encontré muerto, bajo esas cosas. Descartando la opción que el derrumbe de
las cosas lo hubiese matado, solo quedaban dos posibilidades: o murió antes y
las cosas le cayeron encima, o le cayeron las cosas y luego él se dejó morir,
bajo ellas.
Durante un tiempo le di vueltas a estas
alternativas y pensé en contactarme de nuevo con el tailandés para preguntarle,
pero finalmente me di cuenta que las dos opciones eran, de cierta forma, igual
de tristes, y no me entregaban más significado del que ya había recibido.
Tomé entonces el cuerpo del último grillo y lo
enterré en el jardín.
Luego hice otras cosas, por supuesto, pero ellas no
son parte de esta historia.
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