La momia es lo que hay.
Nada hay debajo de la momia.
Nada hubo.
Eso fue lo que dijeron.
Nosotros, sin embargo, no creímos.
En palabras no creímos.
Algo debe haber bajo el vendaje, pensamos.
Algo distinto a una momia, en un principio.
Fuimos entonces a aclarar el tema.
A escondidas fuimos.
A solas, entonces, con una de las momias, sacamos las
tijeras.
La extendimos sobre una mesa y alumbramos.
La rodeamos atentamente y buscamos por dónde
comenzar.
Cortamos con cuidado.
Con pinzas retiramos los fragmentos, buscando no
dañar.
Queríamos encontrar algo debajo.
Algo que ya no fuese momia, sin los vendajes.
Un cuerpo, tal vez, que pudiese liberarse.
Liberarse apareciendo, me refiero.
No era otra la intención.
Mirábamos atentos.
Igual como otros pasan lentamente su vista por una
frase.
Buscando algo más.
Seguimos así, avanzando de a poco, no sé cuánto
tiempo.
Hasta que logramos retirar gran parte del vendaje,
en algunas zonas.
Nos acercamos para ver.
Comparamos opiniones.
Discutimos.
Así y todo, no sabríamos decir, finalmente, si
encontramos un cuerpo.
Concordamos, eso sí, en que encontramos una herida.
Bajo las vendas, me refiero, encontramos una
herida.
Sin cicatrizar la herida.
Sin nada a qué aferrarse, salvo al vendaje.
Ni siquiera dolor, solo herida.
Igual a lo que ocurre, cuando escarbas las
palabras.
La momia es lo que hay, nos dijeron.
No creímos.
Dejémoslo así.
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