Un hombre toca la armónica en las afueras de una
iglesia, en Nápoles.
Nunca he estado ahí, pero lo veo en fotos que
tienen exactamente 42 años de diferencia.
El hombre aparece en el mismo lugar, con la misma
ropa y da la impresión -aunque no puedo asegurarlo por la calidad de la primera
imagen-, de no haber envejecido en lo más mínimo.
Como me intriga el tema y tengo insomnio busco en
internet otras imágenes del lugar.
Solo una de las que encuentro ofrece el mismo ángulo,
y en ella descubro también al mismo hombre, con la misma ropa, tocando la armónica.
La iglesia, por cierto, es aquella en que se
encuentra la sangre de San Genaro. Esa que supuestamente se licua tres veces
por año, desde hace más de seiscientos.
Leo un par de cosas sobre aquello y luego vuelvo a perseguir
al hombre de la armónica.
Sin embargo, no encuentro más imágenes ni
referencias a pesar de que busqué por horas.
Dejé de hacerlo cuando noté que amanecía y entonces
me preparé un café y salí un rato al patio.
Hacía frío, pero tenía el café y además cantaban
los pájaros.
Pensé entonces que, si lograba dormir alguna hora,
durante el día, probablemente soñaría con el hombre de la armónica, con la
iglesia en Nápoles y con la sangre de San Genaro.
No podía pronosticar, en todo caso, si ese sería un
buen o mal sueño.
Finalmente, el sol terminó de aparecer y yo me
moví para recibir la luz mientras tomaba mi café.
La luz, por cierto, traía consigo un poquito de
calor, completamente gratis.
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