-Supongamos que la encuentro -dijo B.-, supongamos
que todo ocurre como en esas novelas de las que nos burlamos… Supongamos que
entre un montón de seres con olor a tierra de pronto la descubro, y ella se revela
entonces con olor a agua… No digo que eso sea bueno, necesariamente, pero me
interesa imaginarlo de esa forma… marcar la diferencia, digamos…
-Pues no sé… -interrumpió J.
-Espera un poco… -siguió B., amable-, ahora supongamos
que el olor a agua nos atrae… olor a agua limpia, por supuesto, olor de agua en
movimiento… y supongamos que por alguna razón comenzamos a pensar que todo
aquello es bueno… que ese olor es algo así como un manantial que sirve de
respuesta a una pregunta que todos, alguna vez, nos formulamos… y claro, suponemos entonces que ella ha sido
siempre aquello que buscamos… y vamos de esta forma a su encuentro…
-Pues no sé… -volvió a señalar J.
-Pero supón que sabes -dijo B.-, supongamos por un
momento que la vida es eso… que la vida se trata de olores, me refiero, y que
la tierra está bien, pero está quieta… y supongamos que ella llega de pronto y
tiene olor a agua… ¿qué crees que pasa…?
-…
-Recuerda suponer que tienes sed, por supuesto…
¿qué es lo que pasa?
-Es que en verdad no sé -dijo J., buscando todavía una
respuesta-. Eso es mucho suponer…
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