I.
Estoy seguro.
Dios no creó el mundo.
Dios creó una trotadora.
Una para cada uno, digamos.
Y nos puso ahí.
Uno en cada una.
Sin excepción.
Eso fue lo que Dios creó.
Una compleja trotadora.
II.
Tras el primer latido empieza a funcionar la
trotadora.
Uno no lo sabe, claro.
Uno cree que es el mundo el que funciona.
Y creemos entones avanzar.
Y hasta hablamos de descubrir el mundo.
O recorrerlo, al menos.
Lamentablemente, no importa el esfuerzo que hagamos.
No importa pues siempre permanecemos en el mismo
sitio.
Moviéndonos, claro, pero en un mismo sitio.
Y mientras lo hacemos, una banda de imágenes y
seres
pasa una y otra vez junto a nosotros.
Desde el primer latido y hasta el último.
Eso es lo que sucede.
III.
Ahora bien: sé que Dios creó una trotadora.
Una para cada uno, como decía antes.
Sin embargo, no sé decir si lo que creó fue un
engaño o un regalo.
Después de todo, sus tiempos son precisos.
Los de la trotadora, me refiero.
Están ajustados a nuestra fuerza y saben cuándo
acelerar.
Y saben también, por supuesto, cuando detenerse.
No se puede hacer trampa:
Si te dejas de mover la trotadora te arrastra.
Y te expulsa antes de tiempo.
Si vas más rápido te desequilibras.
Y puede ocurrir lo mismo.
Así, finalmente, solo se puede aceptar una cosa:
Esto fue lo que Dios creó.
No un mundo, como decía en un inicio.
Creó más bien una trotadora.
Aunque claro… también es cierto:
Dios sabe lo que hace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario