Veo una fila de enfermeras, en la calle.
Igual que una fila de monjas en esas películas
viejas.
Recuerdo, mientras las miro, una película mexicana antigua
donde salían monjas en fila.
Caminaban recto, las monjas, en la película.
Sin mirar a nadie y avanzando siempre a un mismo
ritmo.
Por calles en las que la gente vivía otra clase de
vida.
Otra vida y a otro ritmo, digamos.
Y con otros intereses.
En ese tiempo, yo entendía que iban así porque iban
hacia Dios.
Aunque si iban hacia Dios, pienso ahora, quién sabe
desde dónde venían.
O por qué no llegaban.
Eso pensaba al ver las monjas, claro.
Eso y otra serie de preguntas que me hacía en ese
entonces y que extrañamente no he olvidado.
Con las enfermeras, en cambio, no pienso mayor
cosa.
Van en fila y es un tanto raro, lo admito.
Pero sus uniformes y mis años han desvanecido los
enigmas.
No hay preguntas, digamos.
No hay extrañamiento.
Datos, tal vez, poco más ocurre al verlas.
La segunda tiene un cuerpo atractivo, me digo.
La última se parece a una chica que vi en Abril morir
ahogada.
A eso se resume la fila de enfermeras.
Las dejo pasar, simplemente, hacia donde quiera que
vayan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario