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Cuando hace frío me gusta comer helados. Antes me
limitaba al de chocolate, pero hoy tengo gustos más variados. También con
lluvia como helados.
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Cuando no tengo helado y hace frío me quedo a solas
con el frío. No me molesta quedarme a solas. También me quedo a solas con la
lluvia y si no hay lluvia y hay granizo igual me sirve. El helado, en cambio,
no tiene sucedáneos.
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Me gusta el frío. Y me gusta el helado. Alguna vez
pensé que me gustaba el frío porque me gustaban los helados. Cuando pensé eso,
extrañamente, me sentí triste. Pero luego descubrí que el frío era para mí un gusto
puro.
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Es raro hablar de gustos puros. O de la pureza, más
bien, es raro hablar. A mí no me asusta, pero si hablo de eso me miran raro. Yo
explicaría, pero no creo realmente que a alguien le pueda interesar.
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Por si acaso: un gusto no es puro si aquello que
nos gusta no nos gusta por sí mismo y porque sí. Y el porque sí es un argumento
válido siempre que nace desde la alegría y no desde el enojo. Si el porque sí
se parece a una canción (con trompeta, batería y piano), es válido.
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Hoy hizo frío, pero no tenía helado. Así que me contenté
con el frío. Muere gente, es cierto, con el frío. Pero es hipócrita cuando
culpamos al frío de esas muertes. Y lo despreciamos.
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