Puedes contar, si quieres, las hojas de ese árbol.
Medirlo, incluso, de mil formas.
Cortarlo y ver en sus anillos, su edad aproximada.
Eso y más puedes, pero se escapará a ti de igual
manera.
Sin ir a ningún sitio, escapará de ti.
Y es que a ti, que sin raíces, puedes recorrer la
superficie.
A ti que has dado nombre a cada elemento y lo has
cuantificado.
Te ha sido negado, en cambio, lo más importante:
La profundidad de las cosas.
La comprensión íntima de las cosas.
El interior del mundo y de los otros.
Finges a veces que no importa.
Te convences a ti mismo, que no importa.
Te olvidas, incluso que no importa.
Pero sabes, sin embargo, que algo en ti busca siempre
en otro sitio.
Aunque no lo busques, lo sabes.
Sé que lo sabes.
Invéntale un nombre, si quieres.
Utiliza, para eso, el lenguaje que has creado como
red.
Intenta atraparlo y verás que no es la forma.
Escapará de ti como la vida escapa de los viejos.
Y tus pies seguirán sin ser raíces.
Y el límite de tus manos será la superficie de las
cosas.
Y llorarás, si eres honesto, y ansías realmente, ser
prójimo de alguien.
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