No nos gustaba salir con él porque se le adherían
cosas.
Suena raro decirlo así, pero es justo lo que sucedía.
Fuera donde fuera se le adherían cosas.
Como un imán, tal vez, para hacerse una idea,
aunque no eran solo metales.
O como un velcro, ya que la fuerza con que se
adherían no era tanta.
Una vez nos juntamos en un bar, por ejemplo, y
llegó con un cordel y un guante de box pegado en la espalda.
Venía de lo más normal.
Ni siquiera se daba cuenta de lo que cargaba.
Al principio nos daba risa, es cierto, pero también
hubo ocasiones en que nos acusaron de robo y otras en las que pudo causar un
daño mayor.
Como cuando se le adhirió el bastón de un ciego, el
bozal de un perro o la pistola de un policía.
Le advertíamos siempre que estuviera atento, pero
lo cierto es que no le daba importancia al asunto.
Solo cuando el peso era mayor, se detenía, pues le
dificultaba el viaje.
De todas formas, desde que nos dejamos de juntar ya
ni de eso se preocupa.
Yo mismo lo vi el otro día con una cruz de madera
en la espalda.
Se veía incómodo, por supuesto, pero no se detenía
a sacársela.
Además, se le adherían otras cosas, mientras
avanzaba.
Por un momento pensé en acercarme y ayudarlo, pero
sé que volverá a lo mismo.
Mejor dejarlo así, para que aprenda a cargar exclusivamente
con su propio peso.
Esa sí es una buena enseñanza.
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