Cada ciertas noches llega hasta fuera de casa un
niño de unos nueve años que intenta, fallidamente hasta ahora, prender fuego a
la casa.
No suele resultarle, por supuesto, pero en las últimas
ocasiones el grupo de visitantes, ha pasado
a estar cada vez más cerca de hacer algún daño real.
Por otro lado, el niño de nueve años que intentaba quemarnos
sin éxito, ha decidido dejar pequeñas marcas en la superficie de nuestra casa,
lo que ha resultado de extrema utilidad, para aquellos que sueñan con el
derrocamiento de lo que hoy día existe.
Lo que hoy día existe –ya sea como forma de
gobierno, testimonio y hasta como anhelos de mejores tiempos futuros-, parece
entonces existir de la mano de una serie de hombres que no necesitan de la
ceniza, para ver en nosotros un futuro desolador.
Por otro lado, niños de diversas edades comienzan
ahora a ser vistos portado el fuego e incendiando ya no solo lugares, sino a
gente a lo largo de una serie de pueblos. Hablan de un Dios y parecen tener una
idea de futuro, pero supongo que tenemos derecho de exigir creer en algo más.
De esta forma, el niño de nueve años parece estar
menos solo y su tarea, dirigida y alimentada siempre por el caos, parece ahora
un poco más encaminada, y las llamas han avanzado en el camino de la sensatez y
yo mismo –mi casa más bien-, está cada día más cerca de aceptar las llamas como
su propio destino.
Si lo desean, pueden llamarlo, transformaciones.
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