Una amiga que trabaja en un zoo me cuenta que prácticamente
una vez cada dos meses, les desaparece un pingüino. Ella detalla que las
desapariciones se repiten desde los tres años que ella lleva trabajando en el
lugar, aunque al parecer ya ocurrían desde antes de su llegada.
El espacio en que se encuentran estas aves es de
difícil acceso, y cuesta pensar que alguna pueda salirse por sí misma o que un
visitante tuviese acceso a ellas, para robarla. Por lo mismo, se sospecha de
los mismos trabajadores, aunque nunca ha habido ninguna prueba concreta que
permita validar esta hipótesis.
Debido a lo anterior, mi amiga señala que se
duplicaron las cámaras en el lugar hace unos meses, pues ya han removido a
varios trabajadores y al parecer las desapariciones no disminuyeron luego de
tomarse aquellas medidas.
Tras el último extravío, sin embargo, ocurrido hace
unos días, mi amiga me cuenta que revisaron las grabaciones y no logran
encontrar en ellas nada extraño. Es decir, en un principio se pueden contar con
claridad los pingüinos y se confirma que están todos. Luego, hay un momento en
que se reúnen las aves, resultando difícil contar con claridad. Por último, las
aves se disgregan y es posible numerarlas de nuevo: entonces se aprecia que
falta uno.
-¿Y para qué me cuentas esto? –le pregunto cuando ella
finaliza.
-¿A qué te refieres? –señala.
-¿Qué podría decir yo sobre aquello, si no tiene
explicación? –le digo.
Ella no responde.
Yo tampoco sé qué más agregar.
-Aquí también desapareció un pingüino –dice ella,
antes de irse.
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