I.
Mi vecino tiene un perro que ladraba todas las noches.
Tanto y tan fuerte que a veces dificultaba el poder dormir.
De un día para otro, sin embargo, el perro dejó de ladrar, tanto de día
como de noche.
Por esta razón, mi vecino llevó su perro –que se llama Aníbal-, al
veterinario.
Tras revisarlo con atención, el veterinario le dijo que todo estaba
bien, en Aníbal.
Por esto, no quiso recetarle nada, aunque como mi vecino insistió
finalmente lo envió a realizarle algunos exámenes.
Días después, tras revisar los resultados, el veterinario reiteró su
primera observación.
Aníbal está bien, le dijo a mi vecino. Eso es lo importante.
II.
Mi vecino intentó hacer ladrar a Aníbal.
De distintas formas lo hizo, pero sin obtener buenos resultados.
Yo mismo lo ayudé, o fingiendo que entraba a escondidas a la casa.
Tampoco ladró, esa vez, aunque me mordió un tobillo hasta hacerlo
sangrar.
Tal vez se ha vuelto ninja, le dije.
O tal vez simplemente no tiene nada que decir, señaló mi vecino.
III.
¿Se callarán los perros cuando no tienen nada que ladrar?
¿Se callarán los perros cuando no tienen a quién ladrarle?
Esas y otras preguntas comenzaron a dar vueltas en la noche en vez del
ladrido del perro.
Y de la misma forma que los ladridos, no me dejan dormir.
Es decir, mi vecino tiene un perro que ya no ladra todas las noches y
sus no ladridos me desvelan de igual forma.
Si voy a un doctor y se lo digo estoy seguro que dirá que el problema
es mío.
Y es que nadie se atreve a decir que el problema real es el mundo.
Por eso se calló Aníbal.
Y por eso usted está leyendo, estas palabras.
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