-Putos dinosaurios, -me dijo-. Deben haberse creído
la gran cosa.
Ambos estábamos borrachos y yo no entendía de qué
hablaba.
Ella siguió.
-¿Los más grandes, cierto…? ¿Los dueños del mundo,
no crees?
Yo asentí. No quise preguntar.
-Pues hasta esas cosas cambian… -agregó-. Primero
los volcanes. Luego las plantas. Después los dinosaurios. Todos deben haberse
creído la gran cosa. Todos creyendo que dominaban la tierra… Que el mundo había
sido hecho para ellos…
-Claro –dije yo-. Deben haberse creído la gran
cosa.
-Pero el mundo no se hizo para nadie –continuó-. Y
menos aún para los dinosaurios… ¿Te imaginas….? Sentirse fuertes, inmensos…
dueños de algo… En un lugar cualquiera del universo…
Yo intentaba imaginarlo.
-Además –dijo entonces-, ¿quién mierda es grande en
medio del universo…? ¿Quién puede hablar de dolor, de amor, o de cualquier
sentimiento dándole una importancia mayúscula, si considera su propio tamaño…
su propio tiempo…?
-¿Los dinosauros? –pregunté, intentando seguir lo
que decía.
-¡Ni una mierda…! –gritó-. No entiendes ni una
mierda… Deben haberse creído los mejores, pero sus necesidades valían
finalmente una mierda… Nunca habrían aceptado que no eran la gran cosa.
-Claro que no –le dije, intentando corregir mi
error-, la gran cosa y entonces desaparecen y no cambian nada…
-Exacto –me dijo-. Cuando sufras piensa en eso. O
cuando ames.
-Entiendo –le dije.
-No somos la gran cosa –concluyó.
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