I.
-Antes –me dijo-, los antiguos iban hasta donde los
sabios de las montañas y les hacían sus consultas… sentido de la vida, razones
de la muerte, ya sabes… esas cosas…
-Entiendo –dije yo.
-Las generaciones nuestras en cambio –continuó-,
están cagadas.
-¿Cagadas? –pregunté.
-Sí –confirmó-. Cagadas y recagadas.
-Entiendo –señalé.
II.
-Lo peor es que los sabios de las montañas no se
contentaron con irse… –continuó.
-¿A qué te refieres? –pregunté.
-A que los sabios no solo se fueron –señaló-, sino
que además se llevaron las montañas… Nos dejaron en el llano, en medio del
viento… convirtiéndonos en desierto…
-Como en los cuentos de Rulfo –comenté.
-¿Rulfo es un perro? –preguntó.
-Más o menos –contesté.
-Pues entonces así es… nos dejaron igualito que a
ese perro.
III.
-La gente que viene ahora –dijo después de una
larga reflexión-, ya no viene buscando sabios.
-No po… -comenté-. No creo.
-Ni tampoco buscando montañas –agregó.
-No po –dije yo-. Además no hay.
IV.
-Hueás que no existen… -lo escuché farfullar-. Los
hueones de ahora vienen por puras hueás que no existen.
-¿Cómo cuáles? –pregunté.
-Como por fotos en medio del llano… -me dijo,
molesto-. Se sacan fotos donde no hay ni una hueá… puro viento que ni se ve
porque no tiene ni qué mover…
-Es cierto –dije yo.
-Así ni cagando vuelven los sabios –fue lo último
que dijo-. Por estos hueones no vuelven ni cagando…
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