No había hormiguero.
Era un mito.
Seguí la fila de hormigas y pude comprobarlo con
hechos.
A veces se perdía en la tierra, es cierto, pero la
fila seguía más allá.
Pedí permisos e ingresé a otras casas para seguir
la fila.
Cuando no me aceptaron o el acceso era difícil, las
seguí con drones.
No había hormiguero.
Solo una gran fila.
Kilómetros de una gran fila.
Ni siquiera un cruce.
Todo era una gran línea.
Con desvíos, curvas extrañas y pequeñas desapariciones
bajo tierra, pero una línea finalmente.
Busqué información al respecto y encontré más de
algún autor que hablaba de lo mismo.
Un científico polaco, por ejemplo, documentó una
línea que atravesaba Varsovia y que se extendía por al menos 112 kilómetros.
También un grupo de estudiantes mexicanos había
logrado hacerlo y descubrió un gran circuito.
Una serpiente de hormigas que se muerde la cola,
decía su artículo.
Supuestos hormigueros cada cierta distancia, pero que funcionaban más bien como
hostales de paso.
Una sola línea, planteaban todos.
Seguí entonces con mi investigación y ratifiqué que era
cierto.
No hay extremos en esa línea.
Me refiero a que prosigue hacia ambos
lados, aunque por momentos creamos que la línea se acaba en nuestro azucarero y
regresan por ella.
No regresan por ella.
Crean otra línea.
En principio paralela, y eso nos confunde, pero luego se separa.
Saqué fotos, hice videos y organicé unos apuntes.
Esa misma noche miré el cielo y comprendí otras cosas.
O sea, descubrí lo mismo, pero en otro soporte.
Con todo, no me pareció extraño.
Lo verdaderamente extraño es que nada cambie si
sabemos esto.
Eso es, en definitiva, lo más extraño.
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