Engordó.
Al engordar engordaron también sus manos.
En una de ellas usaba un anillo.
No se percató hasta que el anillo se incrustó y no
pudo sacárselo en la ducha.
Luego lo dejó estar.
Entonces engordó más.
Ocurrió así que el anillo comenzó a presionar y
comenzó el dolor.
Es decir, pasó de la incomodidad, al dolor.
Y claro, como el paso de uno a otro no siempre es relevante,
confundió estas sensaciones.
Cuando fue al doctor ya tenía una infección.
La sangre no había circulado bien y tras una
pequeña herida algo se había infectado.
No podían sacar el anillo.
Cortarlo era peligroso y además algunos pliegues de
piel estaban ya sobre él.
Le recomendaron incluso preguntar en bomberos, por
si existía alguna maniobra especial o una herramienta que permitiera cortar el
anillo sin dañar el dedo.
No la había.
En un taller mecánico intentaron cortar, pero el
calor al que fue sometido el anillo terminó por quemarle parte del dedo.
Fue llevado de emergencia a un hospital y hubo que
amputar.
Y claro, como había estado con fiebre ya varios
días debió ser internado, pues se sospechaba de la presencia de una bacteria.
Afortunadamente, se descartó a los dos días esta
posibilidad.
Cuando salió del hospital le entregaron el anillo
en una bolsita.
Cuando lo recibió, pensó que aquello tenía un
significado desconocido.
Como si le hubiesen entregado en la bolsa una
palabra en otro idioma o una pequeña herramienta del neolítico.
Llegó a su casa y se sentó a mirar su mano.
Semanas después podía iniciar los trámites para
solicitar presupuestos para posibles prótesis.
Poco después comenzó a bajar de peso.
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