Ellos estaban hablando:
-El otro día encontré un poema de cuando era chico –dijo
M.-. Parece que lo escribí pensando en mi abuela, en el sur…
-¿Y qué decía? –preguntó P.
-Hablaba de las arrugas de mi abuela… Decía que las
arrugas le nacían desde dentro… Con algunas metáforas, claro, pero esa es la
idea que me queda…
-¿Que las arrugas le nacían desde dentro…?
-Sí… Era algo bonito en todo caso, lo que quería
decir… como que la vejez revelaba algo… Era muy inocente, supongo, en ese
entonces…
-¿Ahora no piensas eso?
-No. De hecho, puede que piense lo contrario.
-¿Y qué es lo contrario de aquello?
-No sé… Tal vez lo que ocurra es que cuando salen
las arrugas es porque dentro te estiras… Se te alisa la piel por dentro, me
refiero… se vuelve más suave, como de bebé… Rugosa por fuera y suave por dentro…
-¿Y eso sería bueno o malo? –preguntó P.
-Bueno y malo, supongo –dijo M.-. Y es que la
mayoría a esa edad ya ha olvidado que tenía algo dentro… Un lado de piel por
dentro, me refiero… Un reverso de las arrugas, y de lo que ven los demás…
-¿Algo puro?
-Exacto… Algo puro… Algo distinto a lo que vemos
cuando nos miramos… o cuando nos amamos, o cuando nos odiamos…
-¿Eso crees hoy, entonces?
-Sí… o sea, más o menos… En eso creo.
Luego siguieron hablando.
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