I.
Un ex alumno que estudia para chef me cuenta que ha
aprendido a deshacer la sopa.
Y claro, como no entiendo bien a qué se refiere me
veo obligado a preguntárselo.
Entonces él me explica que su expresión resulta
bastante literal, ya que ha debido aprender a reconocer los ingredientes de un
plato ya preparado, descomponiendo sus cantidades, junto a sus tiempos y
métodos de preparación.
-¿Y reconocerlos en la sopa es lo más difícil? –le pregunto.
-Exacto –me dice-. Sobre todo porque nos entregan a
sopa ya hecha y todo se ha mezclado de tal forma que resulta casi imposible
rastrear sus componentes.
-Entiendo –le digo.
Luego me cuenta algunas otras cosas.
II.
Llego a casa a cocinar sopa.
Nunca he intentado deshacerlas, pero sé hacerlas.
Esta vez hago una de cebollas y vino tinto.
Caramelizo la cebolla con mantequilla y un poco de
salvia.
Luego agrego pimienta y un poco de pan rallado.
Luego un caldo que he preparado aparte y unos
toques de vino.
En vez de pan tostado y queso mantecoso uso
trocitos de queso de cabra.
Ralladura de algo secreto y pimienta.
Luego me tomo la sopa.
III.
No sé deshacer la sopa.
No entiendo para qué hacerlo, además.
Tal vez aprendí eso en los años que anduve errado,
tratando de deshacer la vida.
Hoy no sé bien en qué estoy, pero al menos sé que
eso estaba equivocado.
Si pudiese deshacer lo que siento, sé que
encontraría al final una piedra pequeña.
Siempre que escribo en las noches, intento llegar
hasta ella, para asegurarme que esté en su lugar.
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