Tenía tanta fuerza en una de sus manos que podía romper una piedra
apretándola con fuerza. Esa era su gracia, digamos. Así, luego de un rato, la
piedra que apretaba solía partirse en dos o más pedazos, que eran arrojados al
suelo.
En lo personal, debo haberlo visto hacer ese truco al menos veinte
veces. Por lo mismo, sabía que no había
trampa alguna y que aquel era un acto legítimo.
Una vez incluso fue a un programa de tv, donde luego de romper unas
piedras midieron la presión que ejercía con cada una de sus manos. Entonces
dieron cifras que no recuerdo y, mientras el público aplaudía, le entregaron incluso
una suma pequeña de dinero.
Fuera de eso, por cierto, no recuerdo que su gracia le haya sido útil
de alguna forma. Es decir, llamaba la atención cuando no lo conocían, pero eso
era todo. Lo que hacía servía para abrir, apenas, una conversación.
-Hacer esto es una mierda -me dijo un día-. ¿De qué puede servir transformar
en varias piedras una sola piedra grande…? De hecho, no creo que sea
transformar hacer eso que hago…
Yo quise responderle algo, pero no supe qué.
Luego dejamos simplemente de saber de él.
Parece que, con el tiempo, se recibió de técnico jurídico y se fue a
vivir al norte.
Supongo que todavía, carga con su gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario