Se me subían
koalas, en el sueño.
O sea, se me
subían a mí, en el sueño, los koalas.
No sé porqué
estaba ahí, caminando apenas, en el sueño.
Entonces un
peso, en un hombro, y se sentían unas garras.
Disculpen que
lo cuente así, a todo esto, como forzando algo.
Pero en el
sueño, todo era extraño, y me sentía acobardado…
Y es que no sé
cómo decirlo…
No eran lindos
los koalas.
Tampoco me
agredían, es cierto, solo se aferraban.
Pero luego se
subió un segundo… y un tercero…
Y el peso me
hacía tambalear, en el camino.
Cuando un
cuarto se colgó de una pierna se le acercó otro que estaba en mi espalda.
Le gruñó y
luego se lanzó hacia él y comenzó a empujarlo.
Yo tuve que
apoyar una rodilla, para no caerme, en el piso…
Mientras, observaba que el koala mordía al otro, para que se
alejara.
Eran aterradores,
los koalas.
Eran cosas
vivas.
Podías sentir
que se aferraban… que tenían huesos… que respiraban…
Entonces
intenté pararme y no pude.
Un nuevo koala se
lanzó al brazo que tenía libre y terminó de derribarme
Las garras de
otro me habían hecho una pequeña herida, en el cuello.
En cualquier
momento iba a tener que sacudirme y pelear como pudiese.
Aferrar a alguno,
tal vez y azotarlo contra el piso.
Pensé de todas
formas que era poco probable que atacaran.
Calculé la
fuerza necesaria para quebrar huesos…
Para azotarles
las cabezas contra alguna roca...
Lo importante
era proteger mi cuello, de mordidas, si se daba el caso.
Hice cálculos…
respiré hondo.
Mientras lo
hacía, sentí las patas de otro koala en mi cara.
Decidí gruñir,
incluso, al atacarlos…
Había un olor ácido,
en el sueño.
Tenía asco...
Hasta cuando desperté, tenía asco.
Entonces fui hasta el baño... Vomité.
Sin pensarlo, me duché con
agua helada, para alejar lo que sentía.
Y es que eran
cosas vivas, los koalas.
Tenían huesos y órganos... ¡respiraban...!
Eran cosas vivas...
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