Era
japonés.
De
mi edad, más o menos.
Le
faltaban partes de sus dedos en la mano izquierda.
Nos contó que los perdió escalando una
pendiente de piedra, en invierno.
Se le habían congelado mientras se afirmaba a
una roca luego de tener un problema en la cordada.
Habían muerto dos de sus compañeros, esa vez,
según nos contó.
Tenía
también una mancha en una de sus mejillas, que se habría producido en esa ocasión.
Me
quedó la cara pegada al hielo, dice riendo.
Lo dice con un acento extraño, pero lo
simplifico aquí, para que se entienda.
Nos
hemos reunido con él, pues resulta que
ha escrito un libro.
Ninguno de nosotros lo ha visto todavía, pero
él nos explica de qué trata.
Nos cuenta que es de un hombre que
está en una especie de desierto, observando como el viento levanta arena, en
algunos sitios.
Tal vez esté en marte, nos dice.
Intentamos entenderlo, pero se nos hace
difícil.
Al parecer en la narración no se menciona el
sitio, pero está helado y es similar a la superficie marciana.
El hombre también podría no ser,
necesariamente, un hombre, según entiendo.
Y también le faltan dedos, nos dice, riendo.
El japonés ya pagó una traducción al inglés,
pero no se siente conforme.
Nos dice que trabajemos sobre ella, pero
quiere que consideremos otras cosas, al momento de llevarla al español.
No le gusta hablar de dinero, pero dice que
aceptará la cifra que nosotros propongamos si puede pagarla.
Nosotros nos miramos y quedamos de
enviarle un presupuesto luego de leer su novela, mientras ponemos fecha para
otra reunión.
Él nos dice que solo puede después de varias
semanas, pues está preparando otra escalada.
Ahora voy solo, nos dice.
Es más pesado, según nos cuenta, pero lo
prefiere así.
Hablamos un poco más y luego simplemente nos
despedimos.
Siempre de forma cortés, por supúesto.
Al día siguiente, nos llegó un archivo con su
novela, pero el archivo venía dañado.
Intentamos comunicarnos con él, luego de eso,
pero nos fue imposible.
Nunca más, hasta ahora, volvimos a saber de él.
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