I.
Le gustaba encender la aspiradora. Sin un propósito específico, solo
encenderla. Acercar la mano hasta el lugar donde la máquina aspiraba. Entonces,
elegía dejar la mano a la distancia justa para sentir la presión de la aspiradora,
pero sin establecer un contacto directo y bloquear el ducto por el que aspiraba.
Un par de minutos haciendo esto, le bastaban. No sabía explicar por qué, pero
sentía cierto alivio, después de hacerlo.
II.
Una amiga sicóloga le habló de terapias que utilizaban ese
procedimiento. Según le dijo, se intentaba acercar la aspiradora a una zona del
paciente a la que este asociaba un problema. A veces se trataba de dolencias físicas,
por ejemplo, y entonces se acercaba la máquina a los puntos en que se sentía
mayor dolor. Otras veces -la mayoría-, se trataba de algo más bien mental o relacionado
con trastornos de ánimo, por lo que las personas variaban las zonas en que
percibían se originaban dichos problemas. Las terapias utilizaban un
tipo de aspiradora manual, pero era más o menos el mismo principio. La idea
es engañar un poco a tu mente, le explicó su amiga, igual como cuando
escribes en un papel un problema y luego lo quemas. Tal vez eso haces,
inconscientemente.
III.
Se sintió torpe luego de la explicación de su amiga. No le había
contado para que analizara lo que ocurría, o teorizara al respecto. De hecho,
le desagradaba todo lo relacionado con ese tipo de terapias. La única vez que
había ido al sicólogo le habían hecho, justamente, eso de los papeles. Diciéndole
que anotara aquello que lo aproblemaba para luego hacerlo desaparecer. En ese
entonces, un poco por joder, había escrito “Hay hambre en el mundo” y se lo
entregó al sicólogo de turno para que lo quemara. A ver si con eso se arreglaba
algo.
IV.
Esa misma noche, luego de hablar con su amiga, decidió guardar la
aspiradora. Tenía la caja en un pequeño cuarto que usaba de bodega y tal ver
sería mejor dejarla ahí. Se permitió, eso sí, justo antes de guardarla, encenderla
por última vez y observar por un momento el lugar por el que la máquina
aspiraba. No acercó su mano esta vez, solo observó lo que ocurría. Finalmente,
apagó la aspiradora, la desenchufó y la guardó en la caja. No tuvo, al hacerlo,
mayores complicaciones.
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