Tomas un
crucero para volver,
no para ir.
Porque sabes
que regresas
tomas un
crucero.
Debes volver
para pagar, incluso,
algunas cuotas.
Mientras tanto
sacas fotos.
Mandas mensajes.
Bebes algo.
Respondes
algunas preguntas:
Algo incómodo
el lugar para dormir.
Baños pequeños.
Lo mejor son
los restaurants, el bar, las tiendas.
La piscina es casi
tan grande como la del hotel
al que fuiste
hace unos años.
Casi tan grande,
pero acá es mejor,
agua sobre agua
Es lindo,
comentas.
Atienden bien.
Por momentos
parece un mall.
El salón de
eventos es en parte un casino.
La noche
anterior hubo festejos porque alguien ganó un gran premio.
Todos se
alegraron, como si ellos mismos hubiesen ganado.
Una especie de
hermandad, sobre el agua.
Es como un
juego.
Te diviertes,
comes, compras, pagas…
pero todo eso
está en circulación, en el barco.
Pasa de uno a
otro, explicas.
Es como un
juego.
A esta hora en
que escribes
la mayoría está
durmiendo
flotando sobre
el agua.
Eso escribes y ellos
se alegran por ti.
Te dicen que mejor
descanses y que mandes fotos.
Ya se verán,
cuando regreses.
Mientras tanto
dicen que te extrañan.
Como última
imagen, esa noche,
les envías aquella
que te tomó el fotógrafo del crucero.
Está muy linda.
Es esa en que apareces
descansando en la piscina.
Flotando en una
cama, con una copa a un costado.
Flotando en el
agua que flota sobre el agua.
Entonces apagas
la luz.
Ellos comentan
que te ves bien.
Que lo pases
espectacular.
Dicen que te
envidian.
Que te lo
mereces, sin duda.
Todos dicen que
te lo mereces.
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