Marco Antonio le ofrece una corona al César.
Tres veces se la ofrece, poniéndola en sus manos.
César la regresa, amablemente, en tres ocasiones.
Hay gente viendo esa escena.
Todos gritan y lo alaban.
Luego de cada rechazo, lo vitorean nuevamente.
César, según un testigo, la rechaza cada vez de
manera más suave.
Otros, que estaban más cerca, señalan que hasta con
tristeza.
Como si en realidad estuviese rechazando otra cosa.
Renunciando a otra cosa, más bien.
Sin duda su actitud es extraña.
No es cansancio, necesariamente, pero se trata de
una sensación cercana.
El deseo de no llevarse puesto, tal vez,
aunque fuese un momento.
Marco Antonio lo observa.
Tal vez sea consciente que, de seguir insistiendo,
César deberá aceptar finalmente, esa corona.
Pero deja de insistir luego del tercer intento.
La corona cuelga de una de sus manos mientras
observa al César.
César cuelga de sí mismo, mientras lo mira a los
ojos.
La gente parece esperar una señal y se confunden un
poco, sin saber cuándo volver a vitorear.
Pero la señal no llega, por supuesto.
La situación parece no avanzar, como si la historia
misma se hubiese detenido en ese instante.
Una obra en la que todos olvidaron el guion, tal
vez.
O una en la que posiblemente quisieron
olvidarlo.
Si fuese un cuadro, podría titularse Ahorrémonos
el asco de la historia.
Todos sabemos, sin embargo, cómo sigue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario