I.
Deberían desconfiar de Felicia.
Ya por su nombre deberían desconfiar.
Además nadie sabe decir si es linda.
Y es demasiado silenciosa.
De todas formas lo de ser linda o no, es algo sin
importancia.
Aunque no saber decirlo me parece de cierta
gravedad.
Tal vez por eso me paso mirándola y pensando en
cómo es.
En cómo es realmente, me refiero.
Mientras llego a conclusiones, sin embargo, deberían
desconfiar.
Eso es lo que pienso.
II.
Almorzamos juntos el otro día.
Apenas hablamos, pues debíamos volver pronto a
trabajar.
Entre otras cosas, ella me dijo que creía en
profetas.
En profetas que no saben que lo son, pero que
evidencian una falla moral.
No entendí de lo que hablaba y entonces ella
comenzó a dibujar en un papel.
Pensé que era algo explicativo, pero se fue,
finalmente, dejando el papel sobre la mesa.
En él encontré escrita una dirección.
Decidí ir a aquel lugar al salir del trabajo.
III.
Encontré la dirección y llamé.
Felicia abrió la puerta y yo entré.
Me sentía extraño.
Como subiendo a un tren que no sabes dónde va.
Todo lo que recuerdo son imágenes e impresiones,
pero no certezas.
Como si hubiese encontrado la verdad, para después perderla.
IV.
Me llevó hasta una ventana y me mostró, a lo lejos,
dos personas conversando.
Esos dos que
están ahí se están mintiendo, me dijo.
Luego desde otro sitio, bajo la ventana, se escuchó
un grito.
Pero venía desde un lugar vacío.
Nadie está gritando
ese grito, le dije.
Ella asintió.
Luego me condujo hasta una cama.
El verdadero terrorismo
es una forma de arte, comentó, mientras se sacaba la ropa.
Tenía varias cicatrices, en la espalda.
V.
Todo lo que recuerdo son fragmentos.
Por ejemplo, sé que habló sobre la sangre.
Y dijo que esta debía caer sobre las piedras y no
sobre la tierra.
De sus cicatrices solo explicó una.
Había ocurrido de pequeña, cuando otros niños la
mordieron mientras jugaban a la guerra.
Te hablaría
de las otras, me dijo, pero no
recogerás la realidad.
Yo acepté su observación, pues era cierta.
Libros en los
libros y realidad para llenar la realidad, agregó mientras volvía a subirse
sobre mí.
A los dioses
no les gusta.
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