Usaba trenzas. Dos trenzas. Una a cada lado de la
cabeza como en las caricaturas de las niñas de antaño. Se las hacía su abuela antes
de enviarla al colegio. Sus compañeras nunca habían dicho nada malo hasta ese
último año, cuando una de sus amigas le lanzó una broma y desde entonces ella
comenzó a fijarse que era la única con ese peinado y pensó en decírselo a su abuela,
porque quería cambiar. También culpó a las trenzas de no llamar la atención de
los chicos, con quienes no hablaba mayormente, a pesar de que a veces se
quedaban en grupo en una plaza cerca del colegio, antes de volver a casa. Dos
de sus compañeras, además, ya tenían novio, y durante el último año, en el
colegio, habían tenido unas charlas sobre cuidados y recomendaciones ahora que
ya podían, eventualmente, llegar a ser mamás. Fue entonces que, un día, antes
de ir al colegio, fue a casa de una compañera quien le ayudó a desarmar las
trenzas y amarrar de una forma más sencilla el pelo, que parecía ahora bastante
más largo y ondulado. De regreso a casa se escondió de su abuela y solo al día
siguiente, muy temprano, le pidió que no le hiciera trenzas. Nunca más,
le dijo. La abuela se quedó en silencio mientras desenredaba el pelo. Luego le
preguntó si lo que quería era que le cortaran el pelo de forma diferente o
simplemente un peinado distinto. Acordaron entonces un peinado distinto hasta
el fin de semana, cuando irían a la peluquería, aunque todavía no tenía claro
qué tipo de corte deseaba. Además, así
podrían darle una sorpresa a su madre cuando la viera la próxima semana, en
alguna de sus visitas. ¿Cómo quieres entonces el peinado?, le preguntó
la abuela, finalmente. Yo me lo hago, no te preocupes, le contestó la
niña. La abuela notó que tenía un tono distinto en su voz, pero no quiso
interpretarlo ni darle más vueltas al asunto. Sin saber qué hacer, se quedó
mirando a su nieta un último instante. Luego, fue que ocurrió aquello que ya saben
y que apareció en las noticias esta mañana. Por un par de trenzas, simplemente.
Quién lo hubiera dicho.
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