Dejó a un costado la ropa sucia. En un rincón, más
bien, para que no se le mezclara con la limpia mientras se ocupaba del lavado.
Pasaron sin embargo demasiados días sin que tuviese el tiempo necesario y el
montón de ropa fue subiendo. Luego, un domingo en que se prometió lavar,
descubrió que la máquina no funcionaba. Perdió varias horas intentando
arreglarla y finalmente terminó aquel día sin lograrlo. Fue esa misma noche en
que se decidió a dividir el montón de ropa sucia. Lo hizo principalmente en dos
montones: la ropa sucia y la no tan sucia. Había varias prendas después de todo
que aún podían usarse hasta solucionar aquel asunto. Así y todo, sabía que
debía contar con ropa limpia. De vuelta del trabajo, esa semana, pasó a comprar
un poco de ropa para salir de apuro. Compró pocas cosas, pero al menos le
sirvieron para sentirse mejor, luego de la ducha, que seguía realizando,
invariablemente, dos veces al día. En tanto, se sorprendía al ver la cantidad
de ropa sucia que tenía y que ahora ya se dividía en tres montones. Muy sucia,
sucia y no tan sucia. Botó unas cuantas prendas de las que estaban muy sucias
para despejar un poco. Por otro lado, pensó en llevar a la lavandería que
estaba cerca del trabajo, pero solo cargó unas pocas cosas, para que no le
preguntasen nada. Días después, desde el trabajo, compró por internet una nueva
máquina. Había notado que algunos compañeros hacían comentarios y pensó que su
situación se volvía peligrosa. Aún estaba a tiempo, se dijo, pero de pronto
dejas pasar un par de días más y luego no hay retorno. Se encerró en casa esa
noche y decidió no ir al trabajo hasta que instalaran la nueva máquina y lavase
algunas cosas. Llamó diciendo que no se sentía bien y pidió excusas por un par
de días que luego se sumaron al fin de semana, que fue justamente cuando
instalaron la máquina y comenzó a lavar. Fue solo una pequeña carga, pero lo
sintió inmediatamente como un gran alivio. Como si hubiese dado un paso atrás
desde el borde de un precipicio. Entonces calculó que en poco más de una semana
todo podía volver a la normalidad. Diez días máximo, se fijó, como meta. Apenas
pudo dormir aquella noche. Y es que todo era muy frágil, todavía, a fin de
cuentas. Antes de levantarse, esa mañana, descubrió que si apoyaba la mano en
su pecho -y cerraba los ojos-, podía escuchar su corazón.
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