Falta la silla del profesor.
Yo soy el profesor.
Nunca ocupo la silla, pero me avisan que falta.
No sé qué decir a eso, así que digo ok.
Ellos esperan, tal vez, que yo pregunte por la
silla.
No lo hago, por supuesto.
Tras unos minutos escucho murmurar a unos sobre aquello
que falta.
Supongo que se refieren a la silla.
No es nada grave, pero la situación es extraña.
Me refiero a que yo soy el profesor, falta la silla
del profesor, pero no podría decir que falta mi silla.
Me siento parte de un silogismo incompleto.
Como si la falta de un elemento pudiese poner en
duda mi rol, frente a ellos.
Entonces revisamos ejemplos que ayuden a entender
la diferencia entre el idios kosmos y el koinos kosmos, según un texto que
leíamos ayer.
Ejemplos cotidianos, por supuesto.
Incluso buscamos otra forma de llamar a esos
conceptos, aunque dichos así parecieran ser más trascendentes.
La definición propuesta en el texto, para el idios
kosmos, era la visión singular del universo, que cada uno “tiene en su cabeza”.
El koinos kosmos, en cambio, representaría el
universo objetivo, que por lo demás no existiría, salvo como la percepción de
un acuerdo convencional entre distintos individuos.
No resulta tan mal, pero de cierta forma sigo
sintiendo que falta algo.
Se los comento a ellos y me señalan que es cierto.
Falta la silla del profesor, me dicen.
Noto que no dicen “falta su silla”.
Tal vez no venga al caso, pero justo entonces recuerdo
que Hannah Arendt planteaba que el objetivo principal de un estado totalitario consiste
en desconectar a la gente de la realidad, en hacerla vivir en un mundo
ficticio.
Nunca existió esa silla, les digo, finalmente.
Tocan el timbre.
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