Habíamos visto hacía poco un documental sobre un millonario
tenía un mapamundi en un salón.
Un par de veces al mes, el millonario disparaba con
una cerbatana un pequeño dardo con plumas de quetzal a dicho mapa, y viajaba luego
hasta el lugar donde había caído dicho dardo.
Nosotros, en tanto, arrendábamos una pieza en la
que no había nada de valor.
Nada salvo una primera edición de un poemario de
Huidobro, firmado por el autor, que tendríamos que vender si queríamos pagar el
arriendo, que vencía en pocos días.
Ella estaba tomando mate y de vez en cuando me
convidaba un sorbo.
Yo lo tomaba siempre sin azúcar, pero ella se
molestaba porque no teníamos nada dulce que ponerle.
Fue entonces que nos acordamos del millonario y
para matar el tiempo quisimos imitarlo.
No teníamos mapamundi ni dardos, pero en una pared
había grandes manchas y teníamos una navaja quien bien podría clavarse en esa
pared.
Fuimos entonces dándole significado a las manchas y
hasta encontramos una que era igual a África.
No estaba en orden nuestro mapamundi, pero tenía de
todo, distribuido a lo alto y ancho de la pared.
Lanzamos varias veces, pero la navaja no terminaba clavándose, y rebotaba en la pared.
Supuse que era un problema más relacionado con la
distancia que con la fuerza, así que me alejé lo más posible de la pared para
lanzar la navaja.
Ella se puso a mi lado para evitar accidentes y
me dijo que lanzara cerrando los ojos.
Así lo hice.
Con el lanzamiento quebré la ampolleta que alumbraba la habitación.
Ella se rió y fue hasta una ventana, para correr la
cortina y ver si entraba un poco de luz.
Lamentablemente, tropezó por el camino y volcó el
termo del mate sobre el libro de Huidobro, que estaba sobre la mesa.
Yo encendí poco después una lámpara que estaba en el velador,
bastante pequeña.
-Parece que no vamos a ir a ningún sitio -me dijo.
Yo asentí.
Vimos si podíamos salvar el libro, pero estaba
bastante dañado.
Además, me hice un corte profundo en un dedo mientras
trataba de sacar los restos de la ampolleta.
Al final lo dejamos así.
Nos queríamos, es cierto, pero no nos queríamos lo
suficiente.
Pasamos unos últimos días juntos y luego nos
separamos.
Ella se quedó con el libro de Huidobro.
Era un poemario muy antiguo, del que existían muy
pocos ejemplares.
Hace unos años lo vi en una librería en Manuel
Montt.
Estoy seguro que era el mismo, pues había quedado manchado y
arrugado, por el mate.
Lo vendían por el ochenta por ciento de mi sueldo.
Pensé en comprarlo, recordando que nos queríamos,
pero luego recordé que no nos queríamos lo suficiente.
Ninguno se quedó en la habitación.
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