I.
Su tío murió y le dejó un loro.
El loro se llamaba Ismael.
No lo voy a describir, porque era un loro común.
O sea, verde y con plumas. Nada más.
También le dejó una jaula y algunos juguetes para
el loro.
Y comida especial, que alcanzaba para varios años.
II.
Entre los juguetes había un triciclo, un monopatín
y una serie de sombreros que hubiesen servido para montar un show.
El loro, sin embargo, no parecía saber usarlos.
Preguntó a otros familiares, incluso, por si habían
visto al ave alguna vez usando esos implementos.
Pero nadie nunca había visto nada.
III.
Semanas más tarde descubrió que el loro decía “amén”.
Lo decía después que alguien hablaba con emoción
sobre algo.
El tío nunca había sido religioso, pero tal vez el
loro perteneció a alguien más, antes que al tío.
Entonces enseñó la gracia a algunas visitas.
A todos le pareció simpático.
IV.
Para que el loro hiciera la gracia, él tenía que
fingir, cuando hablaba.
Me refiero a fingir la emoción, o el tono, con que
debía pronunciar las palabras.
De hecho, nunca interrumpía las conversaciones habituales,
salvo en contadas ocasiones.
Eso lo llevó a pensar un poco.
Pero solo un poco.
V.
Aquello que pensó, podría considerarse triste, y no
viene a cuento.
Explicaría esa tristeza, en todo caso, pero sería igual
que describir al loro.
O sea, diré simplemente que comprendió que lo
emocionaban pocas cosas.
Y que sus palabras eran como los juguetes de ese
loro, nada más.
Así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario