I.
Habíamos ido a acampar con una chica. La había
conocido en el sur, cerca de Osorno. Ella conocía un lugar, en un sector de
difícil acceso, donde había una pequeña laguna. Pensábamos estar ahí un par de
días, o poco más. Yo la había conocido hace poco y me había parecido simpática,
además de atractiva. Entonces ella propuso lo de ir a ese lugar, y fuimos. Solo
llevamos una carpa y aparentemente íbamos a dormir juntos. Antes que llegara la
noche, sin embargo, ella me contó sobre el agua muerta.
II.
Habíamos encendido una fogata y comido algo.
Recuerdo que ella se había hecho un corte en un dedo y mientras lo lavaba en la
orilla, intentó explicarme algo que iba a ocurrir con el agua en aquel lugar. No
le entendí muy bien, pero me metí al agua igualmente, no sé bien por qué. No
estaba tan helada aunque debo reconocer que la sensación fue extraña, desde un
inicio. El agua está muerta, me dijo entonces, intenta flotar si quieres
y verás que no puede sostener nada. Yo lo intenté y descubrí que era
cierto. Prácticamente no había resistencia, en el agua. Tampoco se podía nadar.
Incluso estar de pie, era extraño. Regresé hasta la orilla arrastrándome sobre
las rocas. Tú también estás un poco muerto ahora, me dijo, mientras reía.
Entonces noté cómo ella envejecía, mientras entraba en la carpa, dándome la
espalda.
III.
Me sequé junto a la fogata, con una sensación de
angustia. No sabía qué podía ocurrir si ella se mostraba frente a mí, de esa
forma. Mientras alimentaba el fuego la escuchaba hablar, dentro de la carpa,
aunque no entendía sus palabras. Cuando oscureció comenzó a llamarme, con una
voz extraña, pero yo no quise ir con ella y me acurruqué, junto a la fogata. En
un momento, mientras fingía dormir escuché que la carpa se abría y ella
caminaba hasta donde me encontraba. Sentí cómo intentaba moverme y arrastrarme
hacia la carpa, agarrándome de la ropa con sus manos huesudas. Yo no abrí los
ojos y traté de resistirme, hasta que me dejó tranquilo.
IV.
Cuando amaneció, ella encendía nuevamente la fogata.
Se veía normal, nuevamente, y todo transmitía cierta tranquilidad, aunque no
olvidaba lo ocurrido. Mientras desayunábamos ella me dijo que no debimos tocar
el agua muerta. Yo no dije nada, pero asentí en silencio. Finalmente, apenas
terminamos de desayunar, comencé a guardar las cosas. Poco antes de terminar
ella avanzó hacia el agua y lanzó fuertes gritos. Luego volvió y caminamos
juntos hacia la carretera. Tomamos un pequeño bus que pasó para llegar a
Osorno, nuevamente. Una vez que llegamos ella se fue hacia un lado y yo hacia
otro. No nos despedimos. Han pasado años, pero de vez en cuando siento que ella, de cierta forma,
se quedó conmigo. Sé que existe el agua muerta.
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