I.
Llamó tres veces y luego se fue.
Yo la vi llamar y la vi irse.
Días después me dijo que había estado llamando más
de media hora, fuera de mi casa.
Parecía indignada.
Yo quería corregirla y decirle que no fueron más de
cinco minutos.
Pero luego debía explicar cómo sabía aquello, así
que no lo hice.
Tan molesta se veía que intenté incluso creerle.
Tal vez la que llamó tres veces y luego se fue era
otra, me dije.
Pero si la que llamó es otra, dije entonces acusándola
en voz alta: tú no fuiste.
II.
Como no supo lo que yo estaba pensando se enojó de
inmediato.
¿Crees que no fui?, me dice.
¿Es eso…?
No sé bien qué contestarle.
Y es que siempre me ocurre eso: arrojar
conclusiones y saltarme pasos.
Subir las escalas de a dos, torpemente, y luego no
saber bien cómo he llegado.
Pensé en explicárselo, de todas formas, pero
entonces noté que sus ojos ya tenían el brillo.
Y el brillo era siempre un indicador infalible.
Sea lo que sea comenzará a llorar en menos de dos
minutos, me dije.
Y claro: ella se demoró, finalmente, un minuto y
veinticuatro.
Te quedaban treintaiséis segundos, le dije,
mientras ella seguía sollozando.
No me entendió, por supuesto, pero al menos fue la
última vez que no me entendió.
Es muy probable que eso haya sido bueno, para
ambos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario