I.
Un cerdo chilla, un hombre cierra la boca.
El dicho es simple, sin duda.
Pero a veces no es cierto.
Yo he visto, por ejemplo, hombres que chillan.
Y es probable que alguien haya visto, sin duda, a un
cerdo cerrando su boca.
II.
No hablaré, sin embargo, de hombres que chillan.
Y tampoco hablaré de cerdos que cierran la boca.
Diré por el momento, simplemente, que las palabras
no pueden marcar límite alguno.
Luego me quedaré en silencio un rato.
Porque el silencio es digno. Y puro. Y necesario.
III.
(Ahora estoy en silencio)
IV.
Una vez, de pequeño, estaba yo escribiendo en un
cuaderno.
Describía algo, según recuerdo, en el banco de una
plaza.
No se trataba de cerdos chillando ni nada de eso,
por cierto.
Simplemente describía el lugar, y poco más.
Entonces vino un tipo y me ofreció cambiar el
cuaderno por alguna otra cosa.
Me ofreció por él una pequeña maleta vacía y una
bebida
Casi igual que una escena en una película, que vi
años después.
Recuerdo que lo cambié, finalmente, y fue como si
me arrebataran el habla.
La descripción del mundo, digamos.
Cerré la boca entonces, como un buen ser humano.
Y me quedé con la maleta vacía y el silencio.
V.
Un cerdo chilla, un hombre cierra la boca.
El dicho es simple, sin duda.
Pero tras repetirlo un par de veces, sabes que no es cierto.
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