I.
Incluso hay documentos oficiales al respecto, pero
yo lo leí en el genial Monstruos y Prodigios, de Ambroise Paré.
El caso está clasificado en la sección de “ilusiones
diabólicas” y hace referencia a una muchacha llamada Magdalena, sirvienta de un
rico ciudadano de Constanza, quien contó a quienes la conocían que había sido
embarazada por el diablo.
A partir de los rumores y ante la posibilidad que
esto pudiese ser cierto -ocurre en el siglo XVI, dicho sea de paso-, la mujer
es retenida en una sección de la cárcel durante el mes previo al que debía dar
a luz.
Entonces, atendida en el mismo lugar, resultó que
tras el trabajo de parto no hubo un bebé, sino una serie de objetos extraños
que habrían salido de su vientre: clavos de hierro, trocitos de vidrio y de
madera, pequeños huesos, piedras, mechones de cabello… y otras cosas igual de
extrañas que se detallan tanto en el libro de Paré, como en un documento oficial
que se conserva hasta el día de hoy, en los registros históricos de una
biblioteca de la región.
De la muchacha no se dice más en los documentos,
salvo que sobrevivió al “parto”; y tampoco hay más información de los elementos
que el Diablo, aparentemente, había puesto en su vientre.
II.
En el catálogo oficial del Museo del Juguete,
en Praga, se hace referencia a un muñeco tradicional para el cuidado de los
niños, probablemente originario de Suiza o Italia, cuya datación aproximada es el
inicio del siglo XVII. Los materiales de aquel muñeco son tan extraños como coincidentes:
trozos de hueso, piedra, clavos de hierro, vidrio y cabello, entre otros.
En el catálogo, aparece una foto menor en blanco y
negro que apenas se distingue, y se menciona que está fuera de exposición desde
el año 2010.
No se dice más al respecto.
III.
La relación puede ser ridícula, sin duda. Y estoy
consciente que no es nada original después de las numerosas películas de
muñecos diabólicos y otros argumentos de esa índole. Sin embargo, a veces suelo
tomarme en serio estas historias.
Las dejo acá, apenas esbozadas -mal esbozadas la
mayoría de las veces-, pero lo cierto es que trato de decir a través de ellas alguna
otra cosa (que no sé, en realidad, si pueda llegar a decirse).
Como casi nadie lee esto -y si se lee es poco
probable que se distinga aquello que realmente se está intentando decir-, aprovecho
de cerrar el texto de la forma más arbitraria posible: con una frase sacada de
la página en que quedé de un libro del que estaba preparando un posible control
de lectura (El caballo amarillo, de Boris Savinkov):
“Si la cruz es pesada, álzala aún más. Si
el pecado es grande, comételo. Y el Señor sufrirá contigo, y te perdonará”
Una hermosa blasfemia, sin lugar a dudas.
Y poco más.
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