Pase cientos de horas, de pequeño, sintonizando
radios lejanas.
Generalmente a solas, por las noches, mientras me
llevaba a escondidas una radio hasta mi pieza.
Nunca supe bien por qué lo hacía, pero lo cierto es
que no se trataba solo de radios lejanas, sino de emisoras que trabajasen en idiomas
que me resultasen, mayormente ininteligibles.
Por lo mismo, no me quedaba tranquilo hasta poder
sintonizar alguna radio rusa, palestina, sueca o de alguna otra región asiática
que en el aquellos momentos ni siquiera sabía distinguir.
Así, una vez sintonizada la estación, podía pasar horas
escuchando lo que decían cada noche, sin intentar traducir o distinguir
palabras específicas, sino oyendo aquellas voces como si se tratase de música,
que escuchaba para dormir.
De esta forma, recuerdo por ejemplo haber quedado
maravillado tras encontrar, en alguna oportunidad, una radio aparentemente musulmana,
en la que se podía distinguir una serie de voces de personas rezando
fervorosamente mientras repetían una y otra vez las mismas frases.
Y es que si bien, decía antes, no había una
distinción de los significados específicos escuchados, también es cierto que en
muchas ocasiones uno tenía la impresión de lograr una comprensión profunda de
aquellas voces, lo que a su vez producía una fuerte y verdadera emoción, hasta
el punto que uno podía terminar llorando mientras oía alguna experiencia, o alegrándose tras sentir
que también otros estaban alegres, en algún lugar lejano.
Lamentablemente, recuerdo que por la precaria
situación económica en que nos encontrábamos en ese entonces, mi madre debió vender
aquella radio en que era posible sintonizar esas estaciones lejanas y yo tuve
que dejar aquella afición.
Aun así, hasta el día de hoy sueño a veces con que
escucho esas voces y la emoción me embarga entonces de la misma forma que
antaño. De hecho, no creo haber podido experimentar nunca esa sensación
escuchando hablar a personas en nuestro mismo idioma o en otro cuyas palabras me
sean de alguna forma más accesibles.
Por supuesto, no acepto que me digan que se trata
de una idealización infantil, como me han comentado alguna vez que he intentado
contar esta impresión.
Y es que las emociones a fin de cuentas -y las comprensiones asociadas a estas-, no pueden catalogarse
como falsas o verdaderas, como algunos pretenden hacer.
Las emociones son siempre verdaderas.
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