Yo me juntaba en ese entonces con un grupo de
poetas que se reunían a su vez para leerse unos a otros y decirse que sus
versos estaban bien y celebrar lo grandes que eran (aunque casi nadie lo
supiera). Dentro del grupo mayor había también grupos más pequeños y en uno de
ellos estaba Therese que era la única razón por la cual yo había ingresado en
el gran grupo.
Lamentablemente, tras hacer lo posible para llegar
al grupo de Therese me enteré que una de las pocas reglas de Therese en
relación a sus costumbres sexuales, era no acostarse con miembros de su grupo más
reducido. Por esto, debí esforzarme nuevamente por cambiarme a otro de los
grupos y provechar las oportunidades de lectura para que ella escuchase mis
textos y se acercara a proponerme algún encuentro especial.
Y es que me había enterado que así (más o menos)
actuaba Therese. Es decir, escuchaba los poemas y de pronto se acercaba a uno
de los escritres y le proponía quedarse una noche juntos, sin más. Tras
averiguar detalles llegué a la conclusión que tenía más oportunidades escribiendo
poemas con rima, que hablaran de aves migratorias y que tuviesen no más de diez
o doce versos.
Así lo hice, por supuesto. De hecho, la noche en que
pensé que ella se acercaría sucedió que desapareció de golpe hacia el final del
encuentro. En principio, pensé que se había ido con una chica que leyó tres
poemas sobre un cactus, pero a los pocos días supe que había tenido un
accidente al ir a comprar unos cigarrillos, en un negocio cercano.
Si bien el accidente no la dejó con lesiones
graves, Therese no volvió a ir a los encuentros literarios. Entonces, para
averiguar la razón, debí volver al grupo donde estaba Therese. Me demoré unas cuantas semanas en regresar y
cuando lo hice accedí a una información más precisa. Entonces me contaron que en el accidente, Therese
había perdido un bebé que tenía pocos meses y que eso la había llevado a abandonar
la poesía.
Luego de eso, claro está, dejé de juntarme con el
grupo de poetas. Lamentablemente, tuve que dejar que me publicaran un par de
poemas horribles en una antología, pero al menos conseguí que cambiasen mi
nombre. Según me enteré después, once de los catorce antologados se habían
acostado con Therese. Solo falté yo, una chica que tenía problemas a la vista y
un tipo que aparentemente se había negado debido a su religión.
Con los años, me crucé con Therese un par de veces
y quise convencerme que todo ocurrió (o no ocurrió) para mejor y que, en realidad, acostarse
con ella no hubiese valido la pena. Por otro lado, respecto al hijo que perdió
o a la poesía que escribía, supongo que no eran cosas que nos importaran demasiado. Puede que suene frío, pero estoy seguro que usted, lector, tampoco
reparó mayormente, en este asunto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario