Juanita colecciona cactus.
Comenzó hace algunos años, a partir de unos pocos
que heredó de su abuela.
Compró pequeñas piedras, les renovó la tierra y en algunas
ocasiones les cambió el soporte.
Tiene algunos al interior de la casa y otros al
exterior.
Todos se ven en perfecto estado.
No le gustan los que florecen, pues siente que no
son verdaderos cactus.
No se trata de una razón científica, claro, pero
ella siente que traicionan algo que bien podría ser su esencia.
Por lo mismo, sus cactus son siempre de un verde
tradicional, cubierto con espinas.
Hace unos años le hice una entrevista y ella
comentó que a todos sus cactus le había puesto un nombre.
No revela dichos nombres sin embargo, pues dice que
es un vínculo entre ella y sus “mascotas”.
Hoy tiene más de trescientos y dice que planea
llegar a tener setecientos.
Trabaja de lunes a sábado, vive sola, pero está
orgullosa de que nunca –o al menos no todavía-, se le ha secado alguno.
No les pone música ni se preocupa por la
temperatura ambiente, pero les cuenta algunas cosas.
No hay que mentirles, me dice, esa es la única clave.
Por lo mismo, me pregunta seriamente si puede
leerle algún texto mío, sin tener que preocuparse.
Yo aún no le respondo.
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