Un amigo recibe de herencia una pequeña isla, cerca
de Chiloé.
Firma un documento, le entregan unos mapas y unas
fotos donde se ve la isla, desde fuera.
Entonces nos reunimos con otro par de amigos y vamos
a su isla, a conocer.
Compramos provisiones y pagamos una lancha, para
que nos lleve.
-¿Sabe cómo se llama la isla? –pregunta mi amigo al
hombre de la lancha.
El hombre mira el mapa y luego intenta distinguir
cuál de las pequeñas islas o islotes es la que ha heredado mi amigo.
-No tiene nombre –dijo al fin-. Pero ya sé cuál es…
-¿Ninguna de esas tiene nombre…? –siguió mi amigo.
-No tienen…
-Y cuando van hacia allá… ¿cómo dicen a qué isla
van?
-No necesitan nombre –insistió el hombre-, además
nadie va.
Cuarenta minutos después, después de varias vueltas
nos acercamos a la isla.
Recién entonces nos percatamos que no podremos
bajarnos, pues la isla no tiene un lugar para fondear…
-Yo pensé que querían verla, nada más –nos dice el
hombre de la lancha.
Dicho esto, rodeamos la isla, y vimos que era igual
a michas otras islas del sector.
Llena de vegetación.
Con roqueríos en la orilla.
Luego nos detuvimos un momento e intentamos sacar
una foto.
Tras varios intentos, le pedimos al hombre que la
sacara, para poder salir todos.
-¿Quieren que se vea la isla? –nos dijo.
-No es necesario –dijo mi amigo-. No todas las
cosas están hechas para ser vistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario