Me enseñaron que la metáfora era una figura de
reemplazo.
Así lo aprendí.
Así lo enseñé incluso, por un tiempo.
Pero me enseñaron mal.
Y es que con el tiempo aprendí que la verdadera metáfora
es otra cosa.
Nada tiene que ver con el reemplazo, ni con la
forma en que se presenta una expresión.
Eso sería como reducir nuestra vida a la forma en
que la vivimos.
Y aunque muchos piensen lo contrario, ciertamente no
reemplazamos nuestra vida por la forma en que la vivimos.
Nunca comparten plenamente un mismo significado, me
refiero, ambas cosas.
Con todo, comprendo que a veces sea más fácil
reemplazar significados para seguir
adelante.
Y decir simplemente que la metáfora es una figura
de reemplazo.
Y que además no importa, en el fondo, ya que es algo
de lo que te puedes olvidar.
A Job, por ejemplo, le enseñaron que la metáfora
era una figura de reemplazo.
Y la aceptó sin más, porque su única opción a esa
aceptación, era escupir a Dios.
Y prefirió, por tanto, escupir la verdadera
metáfora.
No quiero decirlo complejo, pero no veo otra forma
decirlo.
Discúlpenme aquellos a quienes les enseñé mal.
Aun cuando la otra comprensión nos lleve a escupir
a Dios, incluso.
Pero será algo que hay que hacer, sin vacilar.
Pues de lo contrario será como reducir la vida a la
forma en que la vivimos.
No tengo otra forma de decirlo.
Este texto, por cierto, no es una metáfora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario