Fuera de casa hay un limonero.
Da limones grandes y bastante jugosos.
Aun así, estuvo dos años sin dar fruto.
Lo cuidaban igual, lo regaban del mismo modo…
Su apariencia incluso, era exactamente la misma.
Salvo por los limones.
O por la ausencia de estos, más bien.
Durante ese tiempo, pensé en sacar el limonero.
De hecho, dudé incluso si debía llamarle limonero,
pues ya no daba limones.
Finalmente lo dejé ahí, principalmente porque
estaba fuera de la casa.
Y es que al estar fuera, tú podías mirarlo desde
dentro y la casa pasaba entonces a ser de cierta forma más tu casa, gracias al
limonero.
Es difícil de explicar sin que suene absurdo, pero
es cierto.
De la misma forma que ahora es cierto que ha vuelto
a dar limones.
Por lo mismo, cuando hablo del limonero ya no dudo
de nombrarlo de esa forma.
Y cuando lo miro desde casa, sin duda, me siento más
seguro.
Hoy mismo, por ejemplo, mi hijo me sorprendió
absorto, mirándolo.
-¿Qué miras? –me preguntó.
-El limonero –le dije-. Creo que es importante
saber que está ahí fuera…
-¿Cómo “fuera”? –dijo él.
-Fuera de casa… -intenté explicar-, fuera de casa
hay un limonero.
-Fuera de casa –replicó-, están en realidad todos
los limoneros del mundo.
-Ya… -dije yo, mientras lo pensaba-. Todos los
limoneros del mundo…
Luego me quedé callado, simplemente, cuando
comprendí que tenía razón.
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