Me encuentro en la montaña con un grupo musical
coreano.
Han subido para realizar una sesión de fotografías
y han cercado un sector, para que trabajen tranquilos.
Además del grupo han venido con ellos al menos
veinte personas que realizan diferentes labores.
Todos al parecer son coreanos, aunque también va
con ellos alguien de esta zona, para guiarlos en la ascensión.
Poco rato después llega otro grupo de coreanos que
lleva con ellos dos caballos.
Uno blanco y otro negro.
Llevan los caballos de las riendas, y no los montan
en ningún momento.
Entonces es cuando comienzan a maquillar a los
integrantes del grupo y a peinar a los caballos.
Ya preparados comienzan las fotografías.
Una chica con una guitarra es, al parecer, la líder
del grupo.
Es la más fotografiada y la ubican por lo general
al frente de los otros.
Los caballos, en tanto, solo parecen parte del
decorado y no parecen tener un rol protagónico.
Tras un par de horas de trabajo parecen haber
terminado.
Aplauden tras la última foto y se sientan en torno
a una mesa, para comer.
Es entonces cuando una de las chicas del grupo me
divisa a lo lejos y me hace un gesto para que vaya.
Y claro, yo voy y me siento entre ellos.
Me ofrecen fruta picada, un café con un sabor
extraño, pastel y algo que parecía cereal.
Nadie me dice nada y parecen haberse olvidado de mí.
Aunque en realidad sucede lo mismo entre todos.
Minutos después todos comienzan a guardar las cosas
y se disponen a bajar.
Yo busco a alguien que me sostenga la mirada para
poder agradecer, pero no me resulta posible.
-Gracias –les digo finalmente, sin mirar a nadie en
particular-. Y feliz año nuevo.
Nadie me devuelve el saludo aunque el caballo negro
me mira por un momento.
Luego me alejo del lugar.
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