Me quisieron estafar vendiéndome una alarma antirrobos.
Muy formal y correcto el vendedor, pero luego de
poner la alarma me di cuenta del fraude.
¡Nunca se fíen de las apariencias…!
Me la vendieron diciendo que “avisaría si alguien
viene a robar a su casa”.
A un circuito cerrado de ellos y ellos a
carabineros.
Y yo creí, por supuesto.
Pagué por la instalación y hasta me sentí un poco
orgulloso.
Aunque luego me di cuenta que sentirse orgulloso
por mantener a salvo un montón de cosas,
no es realmente para enorgullecerse.
¡Nunca sientan orgullo por sus cosas…!
Cómo sea… el punto es que al día siguiente de la
instalación me emborraché más de la cuenta.
Y es que me reuní con unos amigos que no veía hace
tiempo y uno había puesto un bar.
Así que todo estaba a un tercio del precio y uno –por
la misma cantidad de dinero-, podía terminar el triple de borracho, sin darte
cuenta.
Aunque claro… no sé por qué les doy explicaciones
de mis actos…
Los actos en
sí, después de todo, son la propia explicación de esos mismos actos.
¡Nunca den explicaciones de sus actos…!
El punto es que llegué a casa y no sabía dónde
estaban mis llaves –con suerte sabía dónde estaba mi casa-, así que forcé una
ventana y entré.
En seguida sonó la alarma supuestamente antirrobos.
Nótese aquí que yo no entré “a robar” a mi casa,
pues sería absurdo, por lo que noté de inmediato la estafa.
Intenté explicarle eso a carabineros y al tipo de
la central que por teléfono seguía defendiendo una posición indefendible.
Más encima me multaron y debo pagar tres meses de
la alarma aunque la arranqué esa misma noche.
Todo por fiarme de las apariencias, tener orgullo
de mis cosas e intentar dar explicaciones de mis actos…
De ahora en más mi casa está abierta tanto para mí
como para quien quiera entrar.
Además casi todo lo que tengo son libros y si roban
algo más no me duele.
Por cierto, ¡nunca terminen un texto, sin haber
intentado decir algo más, de lo que superficialmente se ha dicho…!
Hi ho.
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