El viejo me contó que vivió seis años de esa forma.
En su tono se percibía cierto desprecio, aunque no alcancé a comprender hacia
qué. Tal vez era hacia mí, o hacia lo que yo representaba para él. De todas formas, no tengo claro qué podía ser
aquello exactamente.
Me explicó que durante esos seis años vivió en
cines. O durmió en cines, más bien. De día tenía un empleo regular –en un
banco, según recuerdo-, y de noche se iba hasta esos cines que daban películas
rotativas toda la noche. Por lo general eran películas porno, me cuenta. El
olor de los cines no era el mejor y a veces te despertabas cuando alguien te
intentaba hacer una paja. No era el mejor lugar ni tampoco era el peor, me dice.
Luego iba hasta el baño de una gasolinera y se bañaba. Uno de los trabajadores
le permitía guardar un par de bolsos con sus ropas y le conseguía quién le
planchase sus camisas, a bajo precio.
Hubiese seguido así, me cuenta, pero cerraron esos
cines. Permanecían abiertos hasta las dos o tres de la madrugada, pero luego
los hacían salir a todos. Quedó un cine que proyectaba cine arte, pero ese era
el peor de todos, según el viejo. Todo era menos honesto, comenta, en esas
películas. Aguantó un año en ese cine. Luego dejó de ir y poco
después lo cerraron también, por las noches.
Tuvo entonces que arrendar su propio departamento.
Consiguió uno pequeño y poco después, por razones que no vienen al caso, dejó el trabajo que
tenía. Se casó con una vecina de infancia que tenía dos hijos y que trabajaba
para una AFP. Él puso un local en el persa para vender películas. Al principio
vendía películas porno, pero su esposa se enteró y ahora vende cine arte. Cuando
fui a buscar unas películas de Mizoguchi y otras de Ophuls, me contó esta historia. Creo que ya dije, que en su tono, se percibe cierto desprecio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario