En el verano pasado un amigo me pidió que le
cuidara su casa un par de semanas.
Todo era normal salvo que él había hecho un pequeño
estanque en el patio y ahora vivía en él un pequeño caimán.
El animal lo había comprado un par de meses atrás y
lo alimentaba generalmente con porciones de carne que había dejado en el refrigerador,
junto a instrucciones claras.
Yo, por otra parte, me había llevado una serie de
películas y libros porcionados
también y dispuestos para cada día.
Así, los días que el libro era “liviano” -Chandler,
Wodehouse o K. Dick-, lo acompañaba con alguna película más densa, de Bergman,
Haneke o Antonioni; mientras que si leía a Kazantzakis, por ejemplo, luego veía
algo de Wes Anderson, Kaurismaki o algo más o menos en esa línea.
Todo funcionó bien los primeros días, hasta que una
mañana me percaté que el caimán había atrapado algo en la noche, probablemente
un gato si me guío por los restos, y ya no supe si darle o no la ración
completa de carne que se había dispuesto para ese día.
Por otro lado, esto me descolocó lo suficiente como
para confundir mis propias raciones lo que me llevó a mezclar a Tarkovsky con
Kant, lo que rompió también mi equilibrio, que tanto había cuidado.
La situación fue así de mal en peor pues el caimán
no sé cómo se las arreglaba siempre para atrapar algún pájaro, o algún otro
animal cuyos restos encontraba junto al estanque, cada mañana.
-¿Pero le das las porciones igual? –me preguntó mi
amigo, cuando lo llamé para contarle lo sucedido.
-Más o menos la mitad –le dije yo-, según el tamaño
de los restos que haya encontrado.
Finalmente, me recomendó aumentarle la ración, pues
posiblemente el animal atacara por quedar con hambre.
Al mismo tiempo, pasé más tiempo cerca del caimán,
y hasta instalé algunas cosas cerca, para leer en ese lugar y hasta
ver, en compañía del animal, alguna película.
El plan funcionó hasta que volvió mi
amigo, aunque el caimán se comió un libro de Nabokov –no era muy bueno, de
todas formas-, y yo me desquité cocinándome una de sus porciones.
Por lo que supe, luego de un par de meses meses alguien lo
denunció y le quitaron el animal, pues era una especie protegida y además no
podía ser domesticado.
-Tú sabías que eso iba a pasar –le dije cuando me
lo contó-. No tienes necesidad de engañarte.
-Todos tienen necesidad de engañarnos –me contestó
molesto-. De eso se trata la vida.
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