Me quedé un par de semanas en Austria en una casa
muy grande y antigua en la que descubrimos un pasadizo secreto.
Igual que en las películas, el pasadizo tenía una
entrada oculta por el interior de una chimenea falsa, y debe haber medido unos
treinta metros.
Lo encontré de casualidad, mientras intentaba sacar
fotografías desde ángulos extraños, al interior de la casa.
El pasadizo era angosto, pero –salvo la entrada-,
tenía la altura suficiente para transitar por él sin mayores problemas.
Cuando llegó la noche le dije a T. que nos escabulléramos
y fuésemos a ver dónde conducía.
En la casa los demás se acostaban muy temprano, así
que no sospecharon nada.
Fue entonces que calculamos el largo del pasadizo y
reconocimos sus características, aunque nos decepcionamos bastante cuando
descubrimos que –a pesar que avanzamos todo el tiempo-, el pasadizo nos llevaba nuevamente al punto de
partida.
-Esto no es un pasadizo –dijo T., molesta-. Si te
lleva al mismo sitio no es un pasadizo.
Yo no estuve tan de acuerdo, pero no quise
discutir.
Estuvimos dos días más en el lugar y la última
noche le dije que fuésemos nuevamente al pasadizo.
-No es un pasadizo –insistió. Y se negó a ir.
Yo fui de todas formas y hasta me quedé un rato en
el interior, pensando en T., en nuestro viaje y en el regreso a casa, en pocos
días.
Con la sensación de que algo no encajaba, en todo
aquello.
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