Hay un universo grande y uno chico.
Usted debe elegir uno.
No hay más universos.
De hecho, hasta antes que elegimos, no estamos en universo
alguno.
La vida, de hecho, es el periodo destinado
simplemente a tomar esta elección.
No nos enteramos de forma directa, pero yo se lo
digo aquí sin más.
Principalmente porque es una verdad suprema, y nadie las rastrea en un
blog que ya nadie visita.
Por otro lado, cuando nos plantean la elección,
existe premura.
Y ante la premura, todos sospechan que hay trampa,
o que existe un dios justo tras la incógnita y tardamos tanto en responder que
nos quedamos en el vórtice.
Entiéndase aquí el vórtice como el flujo que existe
entre ambos universos.
Salvo que este flujo, extrañamente, no posee
vorticidad.
Entre otras cosas, no posee vorticidad porque no
existe aquí el concepto de punto del flujo.
Además este vórtice suele arrojar fuera de sí a
todo aquello que no esté dispuesto a convertirse en vórtice él mismo.
Yo acepté, por ejemplo, y ahora soy el vórtice.
Y desde aquí observo los dos universos.
Ambos universos tienen forma de papa.
Una papa grande y una papa chica.
Usted debe elegir alguna.
Individualmente y sin saber lo que los otros eligen,
por cierto.
Que yo sepa nadie juzga, así que no se complique.
Si hay o no hay dios es lo mismo para ambos
universos.
Si la existencia o postexistencia tienen o no
sentido es lo mismo en ambos universos.
Su respuesta de hecho, es prácticamente una
anécdota.
Un accidente minúsculo, digamos.
Pero es el único accidente que usted verdaderamente
está llamado a cometer.
Y es que no va a explotar ninguno de esos universos.
Tampoco uno va a ser devorado por el otro.
Simplemente está el universo grande y el universo
chico.
Y permanecen así decida usted uno o decida el otro.
Yo le advierto para que lo piense con tiempo, pero
lo más probable es que cambie abruptamente al final de sus días.
Casi todos lo hacen
Y usted, por cierto, no es diferente a los demás.
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