Generalmente es a la sexta cerveza que los
borrachos comienzan con sus historias más inverosímiles. El de anoche, por
ejemplo, me contó que su novia hacía gimnasia artística y que se había
estrangulado en un ensayo, haciendo una pirueta, con una cinta. No le creí, por
supuesto, pero buscó en el celular y me mostró noticias, fotos y hasta un trozo
de la cinta que llevaba de recuerdo, en la billetera. Fue entonces que dudé por
un momento así que le di el pésame, pero él no lo aceptó ya que su novia, según
señaló, estaba viva. Se estranguló y casi
murió, me dijo, pero lo cierto es que
logré salvarla. Me quedé en silencio y tomé otra cerveza. A sorbos cortos,
la tomé. Tal vez eso reveló mi escepticismo, porque me dijo de golpe que
fuéramos a verla. Vivimos en los departamentos
de ahí al lado, me indicó mientras apuntaba con el dedo. Media hora después
estábamos en el ascensor. Él marco el último piso y llegamos en un instante. Antes de entrar voy a tener que vomitar,
me dijo, mientras lo hacía en el macetero de un gomero, que estaba en el
pasillo. Luego entramos. El departamento era más grande de lo que esperaba.
Recuerdo que caminamos varios pasos dentro antes de llegar al cuarto donde
estaba acostada la mujer. Estaba despierta. Nos miraba fijamente, desde la
cama. Tuve que traerlo porque tampoco
creía, le dijo el hombre. Generalmente
les pasa a la séptima cerveza, agregó, y
piensan que cualquier dolor que no sea el propio debe ser inventado. La
mujer no dijo nada, pero me fije que babeaba un poco y que su mirada estaba
algo desorbitada. Extrañamente, por mi parte, aún me negaba a creer la historia
de aquel tipo. No voluntariamente claro, pero no podía creer. Dile que te estrangulaste con la cinta,
le dijo entonces el hombre. Cuéntale cómo
fue el accidente, insistió, mientras la remecía bruscamente, sobre la cama.
Justo entonces, antes que ella pudiera decir o intentar decir algo comenzó a
temblar. Recuerdo que las paredes se
movían y que cayeron cosas al piso. Desperté al otro día en el vestíbulo. No
recuerdo nada más.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Seguidores
Archivo del blog
-
►
2024
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2023
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2022
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2021
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2020
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2019
(365)
- ► septiembre (30)
-
▼
2018
(365)
- ► septiembre (30)
-
▼
marzo
(31)
- Lancé mis dados.
- 1988
- Si no.
- Tengo un virus y vomito.
- Una última puerta.
- Una supuesta lógica perfecta.
- El cumpleaños de Marcos.
- Todos los tipos de sinceridad.
- Un policía llorando.
- Señores Varios.
- Jugar al póker contra George Perec.
- Un universo grande y un universo chico.
- Florencia, leche y cereal.
- Ni accidente ni truco.
- Encontrarse un muerto.
- Bulgakov habla con Stalin.
- Bajo el agua.
- Un alumno sueña que es el coyote.
- Video de un perro.
- El paseador de perros.
- Fundamentos.
- No era mi lugar.
- Cambiar de vida (II)
- Debajo de la piel.
- Un milagro sencillo (telegrama)
- Las cosas
- Caminos.
- Cada seis meses.
- Yo veo lo que veo.
- La mayoría de las cosas.
- Un trozo de cinta, en la billetera.
-
►
2017
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2016
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2015
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2014
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2013
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2012
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2011
(365)
- ► septiembre (30)
No hay comentarios:
Publicar un comentario