“Uno no destruye a un ser que no sabe qué
hacer”
P. K. D.
Estuve al menos dos horas en la fila antes de que
llegase mi turno.
Durante esas horas había planificado una serie de
estrategias que olvidé por completo al momento de acercarme a la ventanilla.
-Disculpe –le dije a la mujer que estaba tras el
vidrio-, he estado en esta fila sin saber por qué… tal vez porque fuera de ella
todo era todavía más confuso… más caótico… acá al menos soy alguien en una fila
y ahora alguien frente a usted…
Ella me miró con desconfianza, desde el otro lado
de la ventanilla. Por un instante pensé que apretaría alguna alarma, pero de
pronto su mirada se calmó, y entendió que era sincero.
-No le pido nada –seguí-. Ni siquiera una
respuesta. He tomado el tiempo que se demora en atender y no le quitaré más que
eso.
-¿Cómo puedo ayudarlo? –preguntó ella entonces.
-La verdad es que no lo sé –dije yo-. Pero volveré
a estar perdido apenas me aleje de aquí.
-Siempre puede volver usted a hacer la fila –me dijo,
comprensiva-. Puede que alcancemos a hablar dos veces más antes que cerremos.
-¿Por qué me dice eso? –le pregunté.
-Porque soy sincera –dijo ella-. Y sé que usted
también es sincero. Y entre ambos tenemos todos los tipos de sinceridad.
-¿Todos los tipos---?
-Sí… todos los tipos de sinceridad –repitió ella.
No supe qué decir.
-¿Quiere poner su pulgar derecho en el lector? –me preguntó
entonces.
-¿Cree que sirva de algo? –consulté.
-Al menos nos entregará un nombre y un número –dijo
ella-. No son coordenadas, pero al menos sabremos cómo llamar a aquello que
está perdido.
Entonces puse el pulgar.
Ella dijo un nombre y un número.
-No soy eso –le dije, cuando la escuché.
-Nadie es eso -dijo ella, sonriendo.
No recuerdo que dijéramos nada más.
Tenía ganas de llorar, pero habría sido absurdo,
así que me aguanté.
Respiré hondo.
Luego volví, sin apuro, a hacer la fila.
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